Las palabras pueden tener un gran efecto sobre las situaciones. Es necesario elegir cuidadosamente los términos empleados para calificar a las personas y sus dolencias. Por ejemplo, describir a un gran número de personas como traumatizadas, queriendo decir que están desvalidas y no van a recuperarse por sus propios medios, es inadecuado y contraproducente para su recuperación. No sólo podría alentar el desarrollo de una identidad pasiva de víctima, sino que también tiende a desviar la atención del entorno social más amplio. Estar angustiado, turbado, enojado o preocupado por un evento destructivo no necesariamente justifica por sí solo el rótulo de trauma.
La palabra “trauma” tiene un poderoso atractivo emocional, pero es un término clínico que requiere respuestas clínicas específicas, que resulta imposible ofrecer a gran escala o en estos contextos, y que pueden tener escasa conexión con los conceptos locales de sufrimiento y desgracia. Cuando el discurso del trauma se basa mayormente en generalizaciones y suposiciones, no solamente pierde sentido, sino que, lo que es aún más importante, puede tener el efecto no deseado, pero devastador, de dar a las personas un marco de referencia que las mantenga en posición vulnerable. Es más probable que una expresión del tipo de “afectado por determinado acontecimiento” incremente el desarrollo de la autonomía y ayude a las personas a sentirse más capaces de ayudarse a sí mismas.
Fuente: Evaluation Report Kosovo.
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